viernes, 3 de agosto de 2012

A renglón suelto



La escritura me coloca por su gracia en el centro mismo de otra realidad. Y ya en ese otro mundo distinto, recorro caminos que se encuentran a medio entre la propia voluntariedad y ese otro factor añadido y regalado al que con pedantería y no menos misterio algunos llaman inspiración. Así es la mezcla de mi composición humana: un pedazo lo pongo yo; y la otra parte: tú, los otros, el destino, mis celos. De la propia determinación y esa otra fuerza extraña e íntima, que no sé de donde procede, nace lo que escribo, la envidia de ser lo que no soy, mi conciencia oculta.

Hoy quisiera escribir al aire libre de ataduras y avatares cotidianos que me oprimen. Sin dictados, ni otras lecturas. A renglón suelto. Y quisiera que la virtualidad onírica de esta crónica, rota la frontera de la necesidad y la contingencia, me transportara al mundo de la dicha. Hacer de la desastrosa verdad una agradable mentira sólo es posible a través de la escritura. Aquí, ahora, por obra de estas letras puedo convertir esta tórrida mañana que ciega la imaginación sudorosa de un triste contable de palabras, en el templado atardecer que con su cálamo desnude a la noche rica en amores, besos y sorpresas.

Sólo al escritor, como al demiurgo, le es permitido transmutar el revés de los acontecimientos, convertir, invertir la hipócrita conducta en la honrada actuación de un insignificante tenedor de palabras, que se desvive por encontrar un nombre que se le ha perdido, y que, de no encontrarlo, no sabe como cuadrar el costo de la felicidad en su libro de cuentas.

Un buen escritor, que no siempre es quien mejor escribe, con su ágil y fecunda pluma, sería capaz de sacar de la vacía chistera de este planeta la paloma que le condujera al reino de los talismanes. ¡Ah si yo fuera un buen escritor! ahora mismo me pondría a escribir un breve y resumido cuento que diría:

Érase una vez, en una agradable mañana de un tres de agosto, un afortunado hombre desesperanzado, que después de estar persiguiendo día y noche, durante más de un libro, al amante de su mujer, dio por fin con él, con la bendita casualidad, que cuando le hubo clavado en su corazón de tinta el puñal de sus ojos, se dio cuenta de que su rival se parecía a él mismo tanto, que se arrepintió de haberlo matado.

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