sábado, 20 de octubre de 2012

Dolor dulce



Al ver la cara de la santa pienso que entre el amor espiritual y el humano no hay distinción alguna; y que el amor, si existe, es uno, infinito e indivisible. Y su gusto sabe a eterno, sin llegar a serlo. Y que el amor y la muerte tienen algo en común. Será por el parecido entre la eternidad y la nada. Y por eso repetimos, repetimos el coito sin jamás hartarnos.

Y queremos abstraernos del tiempo. Consumar sin consumar el éxtasis, hacerlo interminable. Y una niña de apenas seis años dice que el infinito es comerse una tarta que no se acaba nunca. Y yo le digo a la niña que no hay en el mundo confitero con nata suficiente...

Y de nuevo me fijo en la expresión orgásmica de la santa, y no llego a saber si Teresa está dolida o gozosa. O es que quizá el amor (el genérico, el que no existe, el que a diario (?) gastamos los mortales), tal vez sea agridulce, entre espinoso y suave.

Y todo esto me vino al leer este texto del Libro de la vida (cap.29) de Teresa de Ávila:
Veíale en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas. Al sacarle, me parecía las llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios. Era tan grande el dolor, que me hacía dar aquellos quejidos y tan excesiva la suavidad que me pone este grandísimo dolor que no hay desear que se quite, ni se contenta el alma con menos que Dios. No es dolor corporal sino espiritual aunque no deja de participar el cuerpo algo, y aún harto. Es un requiebro tan suave que pasa entre el alma y Dios, que suplico yo al su bondad lo dé a gustar a quien pensare que miento.

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