domingo, 16 de diciembre de 2012

Apagada antes de ser encendida




Subo a tientas la escalera de las páginas del libro de Avelino Hernández, Campodeagua (1990). Y como Ángela, me bloqueo. No consigo entender el texto; pero me satisface más que si lo entendiera, pues tras su lectura, me quedo, (me sucede casi siempre con cualquier cosa que leo), casi a las puertas del misterio. Y ese casi es más que el todo. Y por ende las palabras de Avelino, siendo inútiles, (nunca me dicen lo que espero), no son innecesarias, sino bellas, suaves y frescas. No están de más. Día y noche: cadenciosas; pero sin degustar nunca el milagro. El escritor quizá tampoco haya saboreado la gracia que desea transmitirnos. Eso sí, lo barrunta en metáforas vestidas de lino y rica pana, con suave brisa, caricias del alba, con el silbo melancólico de los pájaros. 

Mientras Ángela se desnuda, sin luz en la alcoba, yo como Ricardo me remuevo por no encontrarme nunca con la palabra desnuda. La sensación erótica de tener casi a la mano la quinta esencia de la palabra en su sola carne,  (y no del todo). Si tal vez el milagro se diera, (toda, entera y desnuda), me quedaría con su dádiva apagada antes de ser encendida. ¡Qué bello este momento único, ambiguo y fugaz; ni de ayer ya ni todavía de hoy! La alborada que se escapa.

Después de haber escalado montañas de libros, y llegar a la cima, es penoso encontrarme de nuevo otro libro como reto, interminable peldaño. ¡Hasta que el cuerpo aguante!

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