jueves, 9 de mayo de 2013

Je ne sais quoi



Qué importa que Dios exista o no.

Aún siendo Cosmética del enemigo un libro no demasiado extenso, sugiere tal cantidad de temas teológicos que necesitaríamos otra Summa como la de Santo Tomás de Aquino, para aproximarnos a conceptos como Culpabilidad y Arrepentimiento, Pecado y Gracia, Jansenismo, Castigo, Existencia de Dios, Predestinación, Fe o Increencia. Y al final, nos quedaríamos in albis, como al principio, pues el conocimiento de Dios es como el Cosmos, difuso e inabarcable.

No es que yo esperara que estos temas fuesen formulados con mayor amplitud, rigor y disciplina. Tratándose de una novela, Amalie Nothomb demasiado hace con referirse a estas cuestiones de manera tan visceral y sugerente. Por otra parte, al margen de lo que se cuenta en el libro, (por cierto, con buen gancho, trama y astucia literaria), sinceramente, así en frío, no creo que estos planteamientos le interesen a mucha gente. Es al estudioso cualificado, o al teólogo en su caso, a quien correspondería desarrollar tales ideas a la luz de la mente y el comportamiento humanos. Al fin de cuentas, citando a Pascal, la fe es un deseo, y como tal deseo, es fruto más de la voluntad (libido sentiendi), que de la sesuda razón. Aunque no hay que olvidar a los que, detrás de un deseo, ven otro deseo, y así hasta la desesperación infinita.

Y ante el riesgo de que Cosmética del enemigo con su aparente tufo determinista pudiera contagiar de tristeza, descreimiento y pesimismo al inocente lector, sugiero por compensación la lectura de Ofrenda Lírica de Tagore:
Deja esa salmodia, ese canturreo, ese pasar y repasar rosarios. ¿A quién adoras, di, en ese oscuro rincón solitario del templo cerrado? ¡Abre tus ojos y ve que tu Dios no está ante ti! Dios está donde el labrador cava la tierra dura, donde el picapedrero pica la piedra; está con ellos, en el sol y en la lluvia, lleno de polvo el vestido. ¡Quítate ese manto sagrado y baja con tu Dios al terruño polvoriento! 
Y si acaso el lector necesitara de un complemento, no tan poético como el del autor de Gitanjali, puede a su vez releer a Spinoza, citado, no en vano por la misma Amalie Nothomb como contrapunto optimista, frente al maniqueismo que se desprende de su Cosmética:
Deja de tenerme tanto miedo. Yo no te juzgo, ni te critico, ni me enojo, ni me molesto, ni castigo. Yo soy puro amor. Deja de pedirme perdón, no hay nada que perdonar. Si yo te hice... yo te llené de pasiones, de limitaciones, de placeres, de sentimientos, de necesidades, de incoherencias... de libre albedrío ¿Cómo puedo culparte si respondes a algo que yo puse en ti? ¿Cómo puedo castigarte por ser como eres, si yo soy el que te hice? ¿Crees que podría yo crear un lugar para quemar a todos mis hijos que se porten mal, por el resto de la eternidad? ¿Qué clase de dios loco puede hacer eso?
Todos matamos aquello que amamos. Este aforismo como tantos otros con los que Amalie siembra de destellos ambiguos sus páginas, nos lleva también a su contarario. O ¿acaso no es la falta de amor, el ser rechazado por Isabelle, lo que empuja a Texor a hundir la hoja del cuchillo en el vientre de la muchacha?

Por último, y a modo de conclusión y consideración práctica, no exenta del moralismo que me corroe como digno vasallo de nuestra cultura judeocristiana, o mejor dicho de la estética que debiera sustentarme, si yo fuese aquel pobre pastor de Giges, al que Platón alude en su Republica, y como Jèrôme Angust, no tuviese conciencia ni remordimiento de haber hecho mal a nadie, tal vez me preguntaría: ¿soy bueno por naturaleza, o más bien me parapeto en la invisibilidad e impunidad psicótica que me otorga el poder del anillo, para seguir matando, (homo homini lupus), al rey, a la reina y a todo quisque que se me ponga por delante?

Y abrumado y confuso por la tensión entre el bien y el mal, la finitud y la eternidad, la libertad y mis cadenas, a lo mejor, como Pascal, yo también respondería: je ne sais quoi.

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