martes, 19 de marzo de 2013

Entre clavellinas y romeros



Tuve un amigo pintor (y aún lo tengo). Hace ahora ocho años que murió. Y aún hoy lo veo entre clavellinas y romeros, abrazado a su afán, la hedonía de la huerta. Y quiso expresar su esperanza jamás perdida: la primavera, la reverberación del color, su parusía, la epifanía de la luz y el agua.

Un día me enseñó uno de sus cuadros, para él, uno de sus preferidos por su simbolismo y carisma. Un viejo labrador acarrea con tesón un gran cubo de agua. A mi me pareció una pintura absurda.Y así se lo hice saber. ¿No creerás que el pobre hombre consiga sacar adelante ese árbol endeble y seco plantado en medio del pedregal que has pintado? Yo le hablaba a mi amigo de la ridiculez del viejo ignorante que, aún a sabiendas de lo inhóspito del terreno, regaba cada día un árbol sin futuro. Y fue entonces, cuando mi amigo, escandalizado de mi corta visión y torpeza, me dijo: sólo cabe esperar.

Y hoy en su recuerdo, para que nuestra amistad no muera, por encima de nuestros cuerpos consumados, consumidos, me digo lo que unos días antes de morir él mismo escribiera:
La memoria es la facultad más grande, la parte de alma que conecta con los sentimientos, la que abraza el pasado y lo convierte en un elemento vivo.

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