sábado, 25 de mayo de 2013

El repelente hombre de la palabra justa




Del cielo raso del templo de la ortodoxia llueven a mansalva ínfulas de oro rancio, goteras de fatuidad y engreimiento que dejan sin palabras al auditorio.

De sus labios huecos, siempre el razonamiento ajustado. De su cencerril boca, a todas horas la palabra exacta. Sus sentencias cortan la respiración al oráculo. Se calla el grillo y la culebra sisea mutis por su camisa de mallas. El abominable hombre de la voz cantante habla como muchacho de instituto que se luce haciendo aros con el humo de un cigarro delante de los niños de Primaria. Y mantiene su palabra en el aire, burbujas de jabón inconsistentes, que se deshacen antes de que su efímero brillo endulce mis orejas.

Cuando el repelente hombre del verbo oportuno saca a relucir su mejor léxico, yo bajo la cabeza. No por acatamiento, tampoco anonadado por su excelente oratoria, sino avergonzado por el tocino abarrotado de su oral munificencia. Yo también hablo por boca de ganso, y parloteo como el que hace morcillas por un tubo. Asqueado de su saber siempre a punto, del final de sus enfatizadas eses, de sus adjetivos superfluos, de su retórica ilustrada, contengo mi olfato a los vapores fétidos de su pantagruélica garganta. ¡Es tan difícil apreciar y sonrojarse por la propia pestilencia que se escapa de nuestro púlpito en pompa!

Cansado de tanta verborrea, levanto el cascabel de mi boca, y le digo al sabio ignorante con la misma confianza como si a mi mismo me hablara:
La palabra fue creada para quebrar con su límpido viento las engreídas chimeneas de la casa de los sabios ignorantes. No se hizo la palabra  para adornar el bozo de tu pedantería, ni para restablecer el orden constituido de las cosas. Las cosas para ser no necesitan ser hermoseadas con el potingue de tu campanil y cascabelera prosa. La poesía de su natural sencillez les basta.
Y en esas estábamos el sabio idiota y un servidor, cuando dime cuenta de que ambos utilizábamos el mismo farfullero y repintado megáfono para arengar a la batalla de la elocuencia a los habitantes de sordolandia.

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