miércoles, 1 de mayo de 2013

Alfonso Pozo



Desde que tras la dictadura, y gracias a la movilización popular, se legalizaran los sindicatos en España, nunca faltaste, amigo, a la manifestación obrera del primero de mayo. Es la primera vez, después de tantos años, que un ineludible compromiso te lo impide. Y hoy decides protestar a tu manera, enarbolando como pancarta tu muerte por las avenidas de los desahucios, entre la multitud de los seis millones parados, por las calles de la injusticia y los foros internacionales de un ciego capitalismo anónimo con nombre y apellidos, que culpabiliza a los pobres como pagadores de una crisis nunca por ellos cometida. Y ya no sé si te ha matado, Alfonso, el cruel dolor de tus dislocados huesos, o más bien este mundo de locos que hace pagar a justos por pecadores. Y has escogido, amigo, el más bonito día para morir, la jornada más emblemática de las conquistas del mundo obrero.

Hoy, Alfonso, tu escrache particular es sereno y mudo, ¡que la muerte, aún diciéndolo todo, no tiene palabras! Y te manifiestas en silencio desde esta caja de madera, madera, por ti trabajada en ese foso en el que te pasaste metido toda una vida, de humilde serrín y viruta enseñoreado, sudando tu proletario sueldo de sueños, de emancipación y trabajo. Tu mayor virtud, además de obrero, la de ser marido y padre de familia. Alfonso Pozo, aserrador mecánico, maestro de manos ágiles, compartidas y limpias, hospitalarias, dedos de repujador y artista, artesano. Cualificado en dignidad, clase y conciencia. De ti aprendí y de los tuyos que la generosidad no es patrimonio de los que nadan en la abundancia, sino la flor de un jardín que mas bien florece en casa de la gente humilde y sencilla. Y si no que se lo digan a los presos de la cárcel, aquellos a quienes le enseñaste las artes del dibujo y el repujado. 

Acostumbramos a ser amables con los muertos, en lugar de honrarlos, cuando vivos nos distinguisteis con vuestra amistad y presencia. Sé que me reprocharías cualquier cumplido, cualquier agradecimiento. Pero es de justicia recordarte, mi buen amigo. Mientras nos acordemos de ti, de tus dibujos y contribución a la prensa clandestina de aquellos años de represión, mientras nos acordemos del asilo que prestasteis a los perseguidos por el régimen franquista, mientras que recordemos tu buen trato, las sombras del más allá no podrán apagar el destello de tu rebeldía, el brillo de tu honradez, la modestia hidalguía de tus aires y maneras.

Te recuerdo, y te veo ahora, Alfonso, en bicicleta contra las inclemencias del tiempo. Cuando tu hija me comunicó ayer la noticia de tu fallecimiento las nubes empezaron a tronar y a llover a cántaros. Y el cielo herido soltó por su boca su canto: la elegía de una muerte jamás querida. Te recuerdo desde la Capital a Espinardo, librando obstáculos, amarguras, estrecheces y atascos por los vericuetos misteriosos de amaneceres tan inciertos como esperados. Y al igual que Carmen la de cinco horas con Mario, la Carmen Rabadán, tu combativa compañera, la mujer de Alfonso Pozo, la mujer de Ulises, tus hijos, tus nietos... me quedo aquí contigo un ratico tejiendo futuros amaneceres. Y me uno a la manifestación de tus restos mortales, hasta que la otra manifestación, la que arrancó de la Plaza Circular, desemboque en el Malecón de los derechos humanos.

Y por último, Alfonso, me hubiera gustado tanto que hubieras visto lo mucho que te querían los que han venido a verte. Luego tu manifestación personal, la de tu cuerpo presente y la otra, la manifestación de los trabajadores, ambas han confluido con un mismo lema: no tienen límite, no tienen hartura. Son unos buitres. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario