sábado, 28 de septiembre de 2013

Las hojas de la melancolía




La melancolía es la conciencia de sentirse vivo viviendo en el pasado. Hay quienes están vivos y yacen muertos en el suelo de su vivir en otra cosa. El gerundio es el tiempo real del presente simple del verbo, lo contrario del otoño, días de amarillos tristes sin sustancia. La tarde está triste como las hojas de la morera de este otoño recién venido, sin gerundio, sin presente y sin padrino. Las palabras, como las hojas de la tarde gris y septembrina, cuando nacieron, perdieron la amistad con el nervio de su savia, se vinieron abajo. Perdieron su razón de ser. La melancolía de no ser, habiendo sido. Aún así, hay quienes pintan la tristura de belleza.
¡Y qué le importa a Miguel
 que las aguas del brazal
canten un otoño más,
si las hojas de su ayer
a nacer no volverán!
Miguel el Verderol, desde que perdió el roce con la esencia que le daba el verde, está mustio y descolgado. Con un pie en el ayer, y el otro, enredado en el amarillo de un mañana incierto. Desde que el verbo dejó de hacerse carne, la carne de Miguel es un hueso duro de roer, un nido de pelufas a merced de las palabras mentirosas de un otoño. Si, por ejemplo, Perico el Amarillo le dice a Miguel el Verderol: ¡qué alegría, me encanta  que hayas venido!, lo que piensa realmente Perico es: ¡ojalá el cretino de Miguel no hubiese atravesado la puerta de mi casa! Palabras para decir lo que no sentimos. Cuando la palabra se convierte en cambio trucado del trato, Miguel está en un cepo atrapado por lingüistas sibilinos, políticos de la semántica y el perjurio.

La simpleza del rostro, la nostalgia de los ojos, la pureza de la frente de Miguel desvelan sus sinceros sentimientos. Aunque el Verderol dijera negro con su boca, todos entenderían blanco con su mente. Su alma se trasluce por su piel dejando por falsas a las palabras. El bueno de Miguel carece del resorte concedido a los humanos para tergiversar sus emociones. Es incapaz de reírse de un chiste malo. Perico el Amarillo presume de tener guardado un tesoro oculto en su interior más profundo. En cambio, el cofre de Miguel no tiene doble fondo. Perico el Amarillo en la trastienda de su corazón esconde un amor criptológico. En cambio, el amor de Miguel es cristológico, puesto como inri en el palo desnudo de una tarde gris de otoño.

Miguel el Verderol nota en la mirada de Perico el Amarillo la indiferencia que el comprador de telas acusa por un retal de desperdicio. Al que carece de doblez, la palabra le viene grande, le sobra el verbo de la melancolía.

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