lunes, 21 de octubre de 2013

El edificio de su vida



Así como el asesino vuelve siempre al lugar del crimen, a todas horas el joven poeta va yendo y viniendo a sus repetidos tópicos de sequedades literarias y recursos presuntuosos y baldíos.

Lleva un tiempo sin escribir el poeta y se siente vacío como la tierra antes de la creación: oscuro y confundido. No encuentra sentido a nada de lo que vive, que es lo mismo que estar fenecido. Como si vivir y escribir fuesen lo mismo. No sé si este abandono, dejación, ayuno, o tal vez escarnio a su puritano deber de vate en precario, sea el responsable de sentirse yermo en su nebulosa o agujero negro anticreativo.

¿Podría seguir vivo sin empuñar sus versos ante la realidad cegadora que le rodea como a un mosquito chamuscado ante la suprema belleza de la simplicidad más generosa? Y así atrapado en este agostamiento en blanco, se ve a si mismo el poeta en negro, sin escribir, privado del goce de la cotidianidad más sagrada.

Para sentirse colmado con el cada día no es necesario vivir cosas extraordinarias, ser testigo, protagonista de acontecimientos importantes, estar en el centro social de grandes acontecimientos, componer poemas grandilocuentes, inteligibles y risueños. Basta tan sólo ensimismarse. Y le aconseja Rilke al poeta infecundo:
Escudriñe hasta descubrir el móvil que le impele a escribir. Averigüe si ese móvil extiende sus raíces en lo más hondo de su alma. 
Y nada al alcance como el abismamiento a través de la escritura, la más rica expresión de la nada que nos mantiene y configura.

Cuando el escritor escribe no se siente un fracasado. La escritura es su adrenalina. Es el medio gratuito y que menos ansiedad y dependencia le genera. Pero no por ser gratuito, no es costoso su oficio, que a veces el escribir es desgarrador, cruento y hasta produce escalofríos.

Y si al principio dijo el joven, parodiando a Lope, que a mis tópicos voy y de mis tópicos vengo, le viene ahora al poeta también a la cabeza el non scriverò piú de Pavese minutos antes de morir. Escribir es vivir. Eso es lo que el escritor deduce cuando oye a Rilke que le dice:
Pregúntese en la hora más callada de su noche: "¿Debo yo escribir?" Vaya cavando y ahondando, en busca de una respuesta profunda. Y si es afirmativa, si usted puede ir al encuentro de tan seria pregunta con un "Si debo" firme y sencillo, entonces, conforme a esta necesidad, erija el edificio de su vida.

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