domingo, 3 de noviembre de 2013

La paloma y la niña



No hubiera querido hoy escribir esta historia. De un tiempo a esta parte pesa sobre mi la responsabilidad de convertir en realidad lo que escribo.

¿Os acordáis de aquel maestro zen? Mientras vivió nunca abrió la boca. El silencio era su comunicación más sincera. Segundos antes de morir, miró hacia la ventana y dijo a los discípulos que en aquel momento le acompañaban: ¡fuego! Y al instante todo el monte empezó arder. El convento y sus alrededores quedarían arrasados por el incendio. Luego, algunos monjes, los más frívolos y tibios, comentaron durante las exequias:
Debería, tal como vivió, haber muerto también mudo nuestro querido venerable.
Yo nunca había visto al abuelo. Tampoco a la niña. Desde aquella mañana, fue como si los conociera de toda la vida. Y los llevo marcados en mi carne, también a fuego, como los montes carbonizados de aquel fatídico cenobio. La pequeña tenía la cara de todos los nietos del mundo. Y el rostro del viejo mostraba la paciencia y sabiduría de los que han amado y sufrido mucho.

Los domingos, a eso de las once de la mañana, yo tenía por costumbre comprar el periódico. Me dirigía a la plaza de Verónicas, y allí en un banco, acompañado por la música de la fuente, el ir y venir de las palomas, el azul del cielo y el arco iris de los donpedros, me embebía en la lectura del dominical.

El abuelo traía en una bolsa de plástico pan duro que le sobraba de la semana. Sentado también como yo en un banco frente al mío, iba desgranando los mendrugos. La nieta a su lado esperaba contenta que el abuelo depositara en sus manos la comida de las palomas. La niña confundida entre las flores, el brillo del césped y los aromas de la madreselva, luego salía corriendo de aquí para allá jugando, cantando, dando de comer a las palomas.

Aquel domingo, al sol le costaba trabajo dejar sus lentejuelas de oro sobre el agua de la fuente. Pero la niña incansable no cesaba de corretear jubilosa entre las aves. Tan alegre y voladora vi a la niña aquella mañana que la confundí con una de las palomas que equivocada se coló por la boca de una alcantarilla. Luego volví la vista al periódico y quedé completamante abatido por lo que leía. La noticia era lo que mis ojos en ese mismo instante estaban viendo:
Michel Dayana Barrera, una niña de dos años de edad murió este sábado al caer en una alcantarilla. La madre de la menor, Briggite Ramírez, dijo a los periodistas que la pequeña cayó en la alcantarilla cuando se encontraba jugando con las palomas.

1 comentario:

  1. Amigo de años, sacas un cuento al leer viejos libros y con tu imaginación los atraes, me ha gustado, albo tu sencillez y tu buen manejo de la palabra.. un abrazo

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