sábado, 1 de marzo de 2014

Omnis resurgam





En el hospital. Su habitación, la 421. Encuentro a mi amigo, inmejorable, como en su propia casa. Ni siquiera está acostado. Aunque quisiera, no podría. Su cama está llena de libros y periódicos, recortes de editoriales, rotuladores, un par de libros (Cuerpo y alma de Laín Entralgo, y otro libro de Francisco Umbral, cuyo título no recuerdo, sobre la muerte de un hijo suyo). Mi amigo no viste el pijama emblemático de este hospital que todo los enfermos llevan puesto. Simpre huyó este hombre de cualquier distintivo institucional o aparente que afeara o escondiera lo que de verdad somos por dentro. Recuerdo que cuando íbamos a bañarnos al río, era el primero que se metía al agua, completamente desnudo.

El sol entra por la ventana y enciende de sueños y filosofía su lúcida y presocrática cabeza. Su rostro, recortado al trasluz vivo de la mañana, a pesar de la angustia del preoperatorio, refleja paz y calma, enormes gana de vivir. Y he visto en su semblante la misma hoguera germinal del conocimiento, como si proyectara sobre mi ese resplandor levemente atisbado, apenas intuido, y ¡quien sabe! si ya percibido por su miedo al bing bang de la muerte.

Me cuenta que esta noche le costó dormirse, y que se puso a escribir algo sobre el omnis resurgam, (todo yo resucitaré), de Pedro Laín. La resurrección como respuesta lógico-científica al interrogante de la inmortalidad. La operación que le van a hacer es de envergadura. Han tenido que suspender otras intervenciones para, en caso de urgencia, disponer de todo los recursos posibles. Llega la hora de despedirnos: adiós, mañana nos vemos -le digo enfatizando el presente mancomunado, plural y solidario del verbo ver. 

Mañana ya es hoy. Vuelvo al hospital. Nos volvemos a ver. Te lo había prometido. El tumor que le han quitado pesa dos kilos. Se había comido ya casi todo el riñón derecho. Para extirparlo le han cortado también un trozo de hígado. Enfajado como un recién nacido. Todo su tronco liado como el de una momia. En la expresión de sus ojos y en el leve gesto de su mirada, percibo la alegría del bien sobre el mal. Mi amigo es un vitalista contumaz. ¡Cúantas veces me habrá repetido a lo largo de su vida que la muerte es un pecado, una injusticia! Ahora, me dice: 
Acércame la bolsa de aseo. El deseo de estar bien, mejora la salud.


1 comentario:

  1. Resucitamos sin parar de hondos agujeros negros. Es vivir, es querer seguir.
    Somos como la primavera d tu huerto, rebrotamos.

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