miércoles, 25 de junio de 2014

Copyrigth


Decimos que escribimos para no morir. Pero lo hacemos para engordar el ego. Tenemos la manía de poner nuestro nombre en el libro, en el árbol, en las paredes de la calle, en el pan, en el pañuelo, en el colgante del cuello. Y nos sentimos orgullosos. Las letras trascienden la realidad, inmortalizan el presente, canturreamos monaguillos de un entierro el sonsonete de nuestro destierro eterno. Y moribundos nos aferramos al viático de nuestra propiedad intelectual, flotador agujereado de nuestro naufragio asegurado. Creemos que en el infinito de las esencias se fundirán intransferibles nuestros manuscritos. Y rubricamos ilusos con copyright blindado nuestra propiedad perecedera ¡Como si Caronte se dejara sobornar por nuestra firma de barro!

Y donde decíamos que nuestros escritos salvaban a la humanidad de su precariedad y materialismo, convenimos ahora en que el arte es un subproducto. Y pasamos bandeja. Y el aroma de la palabra viene a ser potingue envasado de olores plastificados.

¡Fénix ingenuos! Ignoramos que Átropos es inseducible y frío. Nos ahogaremos como las piedras del río. E incluso en el caso de que fuésemos el mismísimo Homero, la Odisea seguirá estando viva y libre; pero nuestra cenizas irían para tres mil años calcinadas. Ulises no tiene cuenta bancaria donde lector incauto abone derechos de autor.
La propiedad intelectual es una farsa que se fundamenta en un mito romántico (el autor) al que la sociedad burguesa ha dado estatuto jurídico. Desde esta posición mantenida por un confuso magma entre surrealista, postestructuralista y situacionista se tiende a postular el plagio como máximo momento de resistencia al capitalismo en el ámbito de la cultura. (H. Schwartz, la cultura de la copia)
En la era digital, todo es copia. Nihil novi sub sole. Hasta la misma palabra es sustituto de la realidad que evoca. Y esto, tan a la ligera dicho, no es un desprecio a la digitalización artística; al contrario: la copia elevada al rango de la originalidad misma. Entronizada la reproducción y el plagio al edén de la creación literaria, jardín donde confluyen democrática y solidariamente todas las aportaciones que a lo largo de la historia se hicieron. Y se harán. Porque el arte no es una mercancía acabada, y mucho menos interesada. Es un proceso de humanización permanente al servicio de la fruición y el sentir y el pensamiento.

Múltiples conexiones luminosas nacidas de la naturaleza, del acervo hereditario, de la imaginación y la conciencia universal nos hermanan como sociedad enriquecida y amalgamada. No hay creación que salga de la nada. Nadie quien con su mirada, su pluma o su canción se recree en una flor, o absorba su perfume, podrá decir que es suyo el rocío, la lluvia, o el aire.

Estar a favor del software libre no es menospreciar el esfuerzo del autor que parió sus obras como si fuesen sus hijos. Reconocer su trabajo es de justicia. Pero su oficio como su obra no debieran ser piedra de rivalidades, mercadeo y egoísmos, no así al menos fue concebido el arte, sino como panel, lienzo, muro de placeres y preguntas, grafiti de colaboración y complicidades. Sin la lectura de otros, la obra del escritor quedaría inconclusa. ¿Y quién pagaría entonces los derechos del lector que se deja las cejas en hojas de otros?

El autor irrumpe en primera persona, propone al lectorado el misterio de la especulación narrativa, reparte la tarta, macedonia globalizada; pero tanto la fruición como el reconocimiento han de ser compartidos, no sólo por los comensales, sino por aquellos que sin estar en la mesa, intervinieron también en su elaboración a lo largo de la transmisión de milenarios cromosomas, imaginación, sociedad, cultura y naturaleza.

Y ahora que viene a cuento me acuerdo de mi amigo, aquel librero que se hizo pasar por cuervo ingenuo. Y en el copyright de sus Fábulas de Entretiempo escribió:
Todos los que lean o escuchen estas fábulas tienen el derecho de copiarlas, reproducirlas por cualquier medio, decir que las han hecho ellos, cantarlas si les parece y, por supuesto, en caso de placer o necesidad, limpiarse el culo con ellas.

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