sábado, 29 de noviembre de 2014

Estrella de la mañana




Ayer, a eso de las dos de la tarde, el Simplero me llama por el móvil. El coche, camino de la Fuente del Alba, se le para. Creo que es el palier – me dice suplicante. Acudo en su ayuda, cabreado por perder mi siesta reglamentaria. Una vez en la cuneta de tal avería imprevista, mi cara avinagrada cual réplica oculta a la llamada inoportuna de mi amigo, se endulza al rozarse con la pureza del aire de tan bucólico rincón, entre almendros y olivares. Nadie diría que en paraje tan espléndido, vehículo, persona, alimaña, o cosa, pudiera ser atacado por la rotura, rabia o malestar de cualquier diseño de perfección concebida. Imposible que eje, vértebra o hueso de maquinaria alguna, animal, fabril o motórica, se rompa o resulte dañado en medio de un paraíso de aromas, verdes y alamedas. No hay círculo descontento, si la circunferencia perimetral que lo rodea es obra del arte de la geometría más florida y acabada.

Al llegar a los alrededores de la Fuente del Alba, lo que verdaderamente hizo sentirme bien, más que el olor a pino y a monte, soledades, silbos y romero, fue que mi amigo el Simplero me escogiera como confidente, complemento directo del verbo de sus cuitas y sentires más tapados y simples. No todos los días alguien me tiene en cuenta para contarme con pelos y señales cosas que a ningún otro ser viviente concienzudo y avispado jamás contaría.

Siempre que hablamos de secretos, la mente se aviva pensando en misterios y cosas extraordinarias, inauditas, insólitas, insospechadas, inusuales y escandalosas, proezas fuera del rutinario acontecer que, por desgracia, a nadie asombran, ni interesan. Un secreto también puede ser discreto, normal, atribuible a cualquiera, vulgar y sin consecuencias aparatosas. El simple hecho de silenciar una cosa, pareciera ser asunto sublime, competencia del CNI o secreto de Estado. O si no no que se lo pregunten al pequeño Nicolás por callar ni lo que él mismo sabe. No siempre dentro de una ostra hay escondida una perla, así como tampoco la verdad se oculta dentro de un pozo. Demasiadas veces, delante de nuestras narices resplandece cual irrefutable evidencia metafísica el más complejo de los enigmas.

Y no es que yo quiera traer aquí, pedante y místico corifeo de El Principito, la indiscutida frase Lo esencial es invisible a los ojos. No. Lo único que pretendo es vanagloriarme humildemente de ser sabroso blanco de una revelación, considerada por mi amigo el Simplero, de Top Secret.

Lo que mi amigo el Simplero con tanto sigilo me contó ayer tarde con voz tímida y avergonzada, por los caminos subidos y resplandecientes que van a la Fuente del Alba, fue sencillamente:
Por favor, amigo, no se lo digas a nadie, tengo yo detrás, en la espalda de mis noches, un día que me despierta con los cantares del alba.

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