jueves, 28 de mayo de 2015

El poema contra mí






El poema no es mío, ni para mi lo quiero, tampoco responde a lo que ahora me ronda por la cabeza, pero la rotundidad escueta de su verdad dio vueltas como un moscardón alrededor de los sabañones de mis orejas amoratadas. Y ya no fueron mis oídos los que zumbaron, rechazando el estruendo de su evidencia misma, sino los versos de Leopoldo María Panero con su allanador revoloteo, los que silbaron como antenas de cuchillos blandidos, ahuyentando a gorriones y gatos guarecidos del frío bajo las tejas del granero. Como dice Maurice Blanchot: eran las palabras las que sangraban, no las heridas. Recuerdo que era crudo invierno. Los carámbanos de hielo, que colgaban de las canaleras del tejado, se clavaron también solidarios y belicosos en el vestíbulo coclear de mis nervios auditivos.

Sentí luego que el poema asustado de si mismo, antes de llegar a mi entendimiento, se deshizo con la lluvia, y sentí ese vacío que siente el río al confundirse con el delta, en el mar infinito de su cauce irrecuperable y disuelto.

El poema quizá estuviera fuera de contexto, estaría podrido. Nació de un cabreo, de un malestar, de una locura, tal vez de un momento inoportuno, o de la imposibilidad misma del lenguaje. Yo estaba en mi trabajo, en el sitio equivocado, fuera del tiempo. En lugar de estar con mis amigos en el bar del Edén jugando la partida intocable de los viernes por la tarde, allí estaba encorbatado con chaqueta y con camisa en una de esas reuniones de valoración a las que cada dos por tres nos sometía, fuera de nuestro horario remunerado, el director del grupo editorial al frente de una camarilla de hombres turbios, aquiescente leva de proletarios encriptados.

Discutíamos modelos de competitividad, técnicas de comunicación, ampliación de lectores, promoción y suscriptores. Tengo que añadir que estas reuniones solían ser muy agresivas. Agresivas como lo es la competencia misma, el vil metal, niveles de audiencia, lineas rojas y azules que reñían y se disputaban en el horizonte rasgado a través de los montes de unas coordenadas con sus picos de matar como si fueran gallos de pelea, papelinas de heroína. El esfuerzo por mantener siempre en alza la calidad de nuestro periódico, siempre en litigio por encima y aún en contra de la irrefutabilidad de los hechos.

Luego, le tocó el turno a Leopoldo Panero:
Me celebro y me odio a mí mismo,
palpo el muro en que habrá de grabarse mi ausencia
mientras el poema se escribe contra mí,
contra mi nombre
como una maldición del tiempo.
Escupo estos versos en la guarida de Dios
donde nada existe
sino el poema contra mí.
Resta decir que tras las palabras de Panero, el director del grupo dio por terminada la reunión.

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