lunes, 11 de mayo de 2015

Plum-pudding




Todo el mundo, en el jardín más profundo de su conciencia cultiva, una flor, la riega y se siente orgulloso de ser, no sé, si su amo o su siervo. Fray Hortensio Fidedigno tampoco conoce lo que con cariño en lo más hondo de sí guarda cual tesoro único e irrepetible. No sabe como se llama esa flor, si es criptograma o fanerógama. Dicho de otra manera, no sabe de su reproducción ni esterilidad. Y hasta tampoco sabe si es un esqueje, un plantón, o un gatillazo aquello por lo que con tanto esmero se preocupa y se protege. Fray Fidedigno no sabría vivir si supiera que en lo más hondo de su ser no hay nada. Si le dieran a elegir entre la mentira de esta verdad y la verdad de su mentira, se quedaría con su fe de carbonero.

Todas las mañanas, nada más levantarse se pone de rodillas a los pies de la cama, -lo mismo al acostarse-, se santigua delante de su proyección más misteriosa convertida en su patrón o patrona, paradigma o idolatría, florero de sus devociones marchitas. Fray Hortensio no se vanagloria de ser creyente, porque ni él mismo conoce la enjundia de sus creencias. Tampoco comenta con nadie que dentro de si cultiva una flor o lo que sea, porque ni siquiera sabe su nombre. De hecho si lo supiera no merecería la pena creer en ello. Uno cree sólo lo que no conoce. Pues como dijo el poeta portugués Pedro Tamen en Guião de Caronte: Lo que no se sabe no existe. Y lo que de veras existe no se sabe. Tal vez por ello, el hermano Fidedigno a todas horas no cesa de salmodiar cual devoto benedictino de Silos ante el altar mayor de su intimidad más hipócrita:
Oh Dios, yo creo en la flor que llevo dentro, la conservo y la adoro, de lo contrario, el sol de la mañana no abriría mis ojos a la claridad del día.
En el fondo secreto de su modestia inconfesable fray Hortensio no sabe si cree o no cree en palabra alguna, o evangelios siquiera. Hortensio no cree en nada. O lo que es lo mismo cree en la Nada Absoluta como sustancia vacía, simiente sin nombre. La nada, esa categoría suprema que une a todos. La nada como dogma y fuente de todo. La nada desinteresada y creadora, escueta y pobre, tesoro de riquezas incorruptibles, palabra sin palabras. Y se acuerda Hortensio ahora de Gustave Flaubert, cuando en Mémoires d'un fou se lamenta:
Pauvre faiblesse humaine, avec tes most, tes langues, tes sons, tu parles et tu barbuties, tu definis Dieu, le ciel et la terre, la chimie et la philosophie, e tu ne peux exprimer avec ta langue, tout la joie que cause une femme nue o un plum-pudding.
Y esta noche fray Hortensio sueña que su nada cultivada es una piedra alargada, el poste desolado de un puente al que le falta el otro pilar para sostenerse. Y erguido en su insolencia Hortensio Fidedigno se sube a lo alto del pilar, alza la vista y al otro lado del caudal impetuoso de un río atisba un valle de ciruelos. Y se ve a si mismo convertido en endiosada columna al socaire del hambre, la soledad y  los vientos. Quiso ser puente para no ser derribado desde su pilastra insostenible por las tormentas, y poder así cruzar al otro lado de la puesta del sol.

Y se durmió de nuevo por ver si el sueño tal vez le concediera saborear aquellas jugosas ciruelas doradas que de lejos la noche antes con tanto ardor viera y deseara.

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