jueves, 20 de agosto de 2015

Veoveo



Sólo tu muerte me revelará el verdadero rostro de tu cara. Y aún así no te veré, sino a través del triste sonreír del musgo verde entre las grietas rojas del altar de tu tumba. Tus ojos no se corresponden con lo que pienso. Tus besos no llegan nunca a mis labios, se quedan a medio camino entre la casita del bosque y el deseo de esa caperucita que llevas dentro. Esa burbuja multicolor que bambolea al trasluz de la mañana y que al instante se deshace ante mi pasión frustrada. Cuanto más bella te veo, mayor es mi desilusión y mi droga.

Desde que desapareciste de mi vista pido igual todos los brindis de año nuevo. Llevo no sé cuantas copas lervantadas, más de mil quinientos bisiestos pidiendo lo mismo. Y no hay manera. Nunca supiste leer mi corazonada. Ningún próspero me sorprendió dándome la manzana de tu boca. Y no te digo cual es el nombre de esta fruta que con tanta ilusión espero, porque no sé si lo que quiero son tus besos, tu hermosura, o romper contra tu pecho los abrazos como piedras de este manco corazón mío. O mejor no te lo digo para no ver malogrado mi esperar. Pues si te lo dijera, como aquel otro barco cargado de plata y lingotes de oro, telas de vicuña, quina y canela en rama sumergido frente a las costas de Cádiz, nunca llegaría a mi destino, como tampoco mi beso a tu boca, esquife escollado entre las olas negras e indiferentes de tu pelo y el abismo, entre el cielo gris de tu almohada  y mi deseo, entre tu mística mirada y la mía descreída. Y así veo continuamente como mis ojos naufragan ahogados, embusteros, desesperados en los tuyos, como estas mis palabras que no cesan de mentirte a mi pesar, o de no responder tú nunca a mis requiebros.

Eres tan simple, veraz y tan perfecta que eres incapaz de decir con un gesto lo contrario de lo que piensas, careces de ese resorte que tienen los humanos de jugar con sus miradas al despiste.

Recuerdo cuando de pequeño los dos jugábamos al veoveo. Aquella vez tus ojos se detuvieron en un reno que arrastraba a la luna hacia la constelación del Leñador. Y antes de terminar de decir la primera letra de la cosita que habías visto, acerté tu pensamiento. Y entonces te enfadaste mucho. Recuerdo que para disculparme te dije:
Lo dicen tus ojos. No me puedes engañar.

1 comentario:

  1. Pero qué bonito te ha salido, Juan. Poético, redondo, magnífico.
    Un placer leer lo que sale de tu pluma. Eres muy completo, dominas muchos registros.
    Un abrazo.

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