sábado, 5 de septiembre de 2015

Cipreses en el camino




Puede que hayas sido mi amor, mi todo, mi cielo, el trigo con el que amasé los panes y los días, con quien reí mis penas, fuiste mi puesta de largo, pero tú ya no soy yo. Tú, por conocida y usada, eres una extraña, esa chaqueta que me queda larga, deshilachada. Antes, hilos de luna eran los tirantes de tu sujetador. Hoy estás muerta. En mis madrugadas jóvenes me confundí contigo, te acariciaba y creía estar tocando mi cuerpo. Mis besos eran tus labios; tu boca, el agua de mi sed. Y ahora, al sentirme solo soy yo, está tronando y llueve a mares.

A mis soledades voy,
de mis soledades vengo...


Hoy mis dedos te miran y en ellos no veo gorriones, peces, ni palomas. Las rayas de mi suerte, si ayer estaban en tus manos, hoy el surco de mi arado son mis huellas escritas sin las letras de tus pasos encofrados. Dice García Márquez que el secreto de una buena vejez es un pacto honrado con nuestra soledad. Hoy a mis años, he visto que del árbol callado y quieto nacía una paloma. Alcé el cuello para coger tu vuelo. Y el crujir de mis cervicales espantó a la mariposa que allí había. Solos y quietos quedamos yo y el árbol. Y desde esta ausencia instalada y silenciosa contemplo feliz el campo como lo hacen los cipreses y la tórtola, como mira el agua el ribazo, como los ojos del lagarto anacoreta sigue del camino su espinazo.

Ahora la soledad es mi centro. Y al volver al centro de mi total esencia siento la tranquilidad que traigo de mis antepasados, esa paz que de ellos guardo. Y es lo que toca: ser ciprés en el camino, o simplemente camino, por si acaso tú mañana con tus huellas de nuevo volvieras hacerme sentir que existo. 


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