jueves, 29 de octubre de 2015

A la sombra de la luz



Al levantarse le cegó la claridad del día. Cerró las ventanas de las habitaciones que daban a la calle, bajó las persianas, corrió las cortinas. Desenroscó las bombillas, quito de su plafón dorado hasta la lámpara del salón principal, siempre inútil y fundida. Cogió todas las luces de la casa, las respuestas de su vida, los rayos del sol de la terraza, los argumentos apodícticos y la constitución revelada. Luego metió todos estos cachivaches salvapatrias, picos de oro enardecidos en el arca donde guardaba a la sombra todas las candilejas y verdades absolutas.

Odiaba este séneca visionario los días soleados, las estancias encendidas, los domingos de ramos, las fiestas de guardar y las tertulias políticas. En las sombras, las tinieblas, con el negro oscuro de las sotanas estoicas de su increencia se sentía seguro. Parecía un funerario siempre aleteando entre cavernas y eremitas de complacido semblante. ¿Tantas cosas tendría que ocultar este hombre y de tantas de que defenderse?

Esta mañana al ver que ya no cabe un axioma más, ni evidencia irrefutable, ni mandamiento divino en su inteligencia preclara, carga el ciego iluminado con todos estos bártulos metidos en cinco grandes cajas de cartón y los lleva al ecoparque municipal. El empleado, vestido como un chambilero, todo él de punto en blanco, cual ángel de los siete cielos, recibe a este hombre y le dice catedrático mientras entre los dos van descargando todos los artefactos luminosos del coche:
Después de la lluvia de ayer, brilla de nuevo el mundo. Hoy, tras la comparecencia del Presidente del Gobierno en la tele, parece el primer día de la creación. Las sombras han desaparecido y la trasparencia de las cosas se muestran en su más puro esplendor. El agua y la luz con su santa bendición se han llevado la mugre, han limpiado las calles de pecados, nubarrones y preservativos, han purificado el ambiente...
Se nota que el hombre está de buenas, o acaso sea un ecológico poeta de arte menor al que su mujer esta noche le ajustó bien los fusibles del cuerpo. El del ecoparque quiere llenar el vacío que le ciega, sólo se siente lúcido hablando a la luz del sol con quien sea. La soleada y traslúcida mañana le acrisola también al eufórico la mirada, le refresca la memoria. Si no fuera así, no estaría ahora recitando a un murciélago harto de faros, resoluciones y apriorismos el Tenorio de Zorrilla.
¿No es cierto, ángel de amor,
que en esta apartada orilla
más pura la luna brilla
y se respira mejor?
No acostumbra el murceguillo, alérgico a focos y algarabías, pegar la hebra con quien sea. Esta vez, por respeto no responde al empleado del punto limpio como verdaderamente el cuerpo le pide, pero para sus adentros susurra:
No. No es verdad, gacela mía.
Aquí yo huelo a carbón.
Y mi oscuro corazón,
si ve los rayos del sol,
triste estará todavía.
Que sólo esclarece el día
desde su más ciego hondón
y de la noche sombría.

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