martes, 9 de febrero de 2016

El hijo del tractorista






A la tierra no se le parten las caderas por muchos partos que tenga. Tras cada luna, luego de ser fecundada, otra vez virgen se queda para ser de nuevo concebida. Y lo mismo que la madre tierra es generosa para darnos una cosecha tras otra, es también hospitalaria para recibir el egoísmo vejatorio de nuestras sobras.

No he visto yo que la tierra escupa el cuerpo de cualquiera por muy apestado que sea. Al contrario, ella siempre protectora guarda y saca partido de nuestros restos y desgracias.

Y en aquel palmo de tierra donde a diario el padre del tractorista vierte los restos de las comidas para el compost del pequeño parterre que rodea su casa, ve florecer cada primavera ramilletes de margaritas. La tierra, como el tiempo, convierte la pena en calma y transforma el rechinar de dientes triturados en fuente de conocimiento.

Pero el padre del tractorista no está hoy para filosofías ni pachamamas, poemas ni trascendencias. Acaban de comunicarle que su hijo ha muerto sepultado por un desprendimiento de tierra, cuando trabajaba en la rambla aquella.

Sin más allí se desplaza, y encima mismo donde un socavón de arena aplasta el cuerpo sin vida de su hijo, como un loco el padre comienza a darle patadas de rabia sin parar a la tierra parricida.

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