martes, 29 de marzo de 2016

El glamour de las letras



No es que yo esté en contra de cualquier punto de encuentro, en el que los diametralmente opuestos coincidan o se den la mano. Que no quisiera yo parecerme a aquel miembro medio sordo del cabildo que a la hora de votar le preguntaba siempre al cofrade de al lado: ¿por quién votó aquel? -se refería al representante del partido más sonado. A este edil voz de platillo, nuestro hombre reaccionario le echaba la culpa de su sordera. Su conciencia le dictaba votar siempre en su contra, aunque se perjudicara o ni siquiera supiera de qué iban las votaciones.

Esta mañana. Al ver a unos y otros alrededor de cierta celebridad literaria, dudé de todos: de Aznar, de Felipe, de Alfonso Cortina, de Gabilondo, de Albert Rivera, de García Margallo, de Esperanza Aguirre, de Jiménez Losantos. Soy un resentido. Lo confieso. Pero quise con las letras de cada uno hacer una frase común, una foto que los hermanara. Me fue imposible.

¡Cómo es que son tan cándidos, tan veleidosos, empalagosos y ufanos! Llevan todos una semana ocultos tras los velones de semana santa, y el mismo lunes de la mona de pascua, el mono por el esplendor y la grandeza se le cuela a todos por el frac y la levita.

A parte de estas y otras estrategias y protocolos que no entiendo, yo me pregunto: ¿que es lo que tendrá la letra L de la silla de la Real Academia, para que los de izquierda, los de derecha, los dimisionarios, la reserva, los banqueros, todos quieran arrimar sus aguas a sardina tan suculenta. ¿O acaso habrá sido la susodicha celebridad académica la que a ellos haya convocado? ¡Ay del poder seductor de las Letras! ¡Ay de la felicidad con nombre y apellidos de la Isabel Preysler!

Yo siempre tuve a las letras por humildes, anacoretas, tímidas y temblorosas, no merecedoras del don tan distinguido que se les concedió de poder darle nombre a las cosas.

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