viernes, 8 de julio de 2016

La lucha de clases ha muerto




Nostálgicos sindicalistas, de los años en que ni siquiera las organizaciones obreras estaban legalizadas, se juntaron el otro día al amparo del recuento de batallas pretéritas. Se reunían en torno a una retrospectiva, un proyecto de recuperación histórica del movimiento obrero en Murcia. Entre otras cosas, allí se dijo que la clase trabajadora como tal había dejado de existir:
Aquellos valores de solidaridad, clase, internacionalismo, izquierdas, acicate y puño, instrumentos transformadores de la sociedad en manos del poder obrero, ya no se estilan.
Dice Owen Jones en su libro La demonización de la clase obrera, que los trabajadores han pasado de ser la sal de la tierra a la escoria de la tierra. Conceptos, como clase media, transversalidad, servicios, tecnologías, robotización, o el sentimiento de vergüenza por pertenecer a este medio, hacen que la gente se sienta como inoculada frente a la gran tragedia, el abismo desigual e injusto que cada vez más separa a pobres y a ricos. O tal vez, no queramos ver lo que realmente pasa en el mundo de las relaciones laborales. El pueblo parece silenciar su desastre por propia dignidad. Una variedad del síndrome de alienación: negarse a reconocer por lamentable nuestra propio relato. Mutación, desestructuración o desaparición del código genético clase obrera.

Y así como antaño, la pertenencia al mundo obrero se vivía como un honor, hoy esta condición parece vivirse y sufrirse como un estigma. La lucha de clases ha muerto.

El capitalismo, según Joseph Stiglitz, Nobel de Economía, es un fracaso. A este ritmo de empobrecimiento y desamparo legal, pronto volveremos a los tiempos en que los obreros serán contratados a dedo, como antiguamente lo eran por su dentadura, corpulencia y sumisión, en la plaza mayor del pueblo por el capataz, el esbirro de turno, en la misma plaza donde su piel será desollada como la de los corderos, y ofrendada en el altar al dios de las finanzas.

A esta tertulia de viejos amigos y militantes obreros también vinieron sindicalistas jóvenes, que con su aportación enriquecieron el debate:
Vosotros os enfrentasteis a una dictadura, a la CNS, a una oligarquía dominante, a ser incluso encarcelados; pero nosotros nos tropezamos a diario con la indiferencia, cuando no, el insulto y la injuria de nuestros propios compañeros. A vosotros de alguna manera la sociedad reconoció vuestra aportación. Nosotros, en cambio, lo tenemos crudo, lo único que recibimos son pitos y abucheos.
Y al hilo de esta consideración, esta misma mañana me entero que un escritor de Jaén publicó en su perfil de Facebook un mensaje en el que calificaba a los sindicalistas como inútiles, perrunos y borricotes, hijos de la gran puta, aseñoritados que van a que se la chupen las obreritas del cortijo, a cambio de pincharles en el pezón una chapica con el logo.

¿Acaso no estaremos siendo guiados o alimentados hacia vericuetos o comederos que nos arrastren a un nuevo fascismo?

1 comentario:

  1. Es bastante cierto lo que dices.Nuestras utopías juveniles se han disuelto como azucarillos.
    Yo diría que esto confirma en cierta medida el análisis de Marx: quienes detentan los medios de producción generan (los verdaderos poderes que dirigen el mundo),producen desde la superestructura una ideología conformista y adaptativa que nos hace a todos, cómplices.
    Pero no debemos rendirnos. Mantengamos la llama encendida de la esperanza.
    Hay mucha gente que sigue luchando (el mismo Stiglizs). Zafrilla.

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