domingo, 7 de agosto de 2016

Nada vivo tiene remedio



Después de leer El Beso de Chejov, comprendí que la vida es una mala pasada. (Oscuridad radiante)

Antes de cruzarme con el capitán Riabovich, ya sabía yo de uvas agraces y de frutos bellos y exquisitos, letales y venenosos, como el manzanillo de arena, capaz de causar la muerte a todo aquel que confiado bajo sus hojas se cobija.

Debido a nuestra maniquea y connatural esencia, nos percatamos del bien y del mal, como elementos inseparables de una misma situación, relato o experiencia. Siempre en conflictividad permanente. Y esta condición dualista me hace sentir la vida también como una buena pasada, un exultante río, cuya desembocadura pudiera ser una quimera, un mar de sombras. Laguna de Estigia. Un frente sin horizonte. Un horizonte sin cenit. Un cénit estrangulado. Un beso a oscuras.

Un beso a oscuras, al menos, es un beso. Nuestro cometido: encontrar y ver esos labios, esa dulce cara, esos brazos cariñosos, ese aroma misterioso y distinguido, por ser a la vez inviolable y desconocido. Aunque de antemano, tras el viaje, no me figuro ningún paisaje en perspectiva, ninguna reserva de hotel en ciudad celestial e ignota.

Pero de ahí, a desatarme en furia, convertirme en látigo, esclavo, desazón, o en grito, cual un Prometeo encadenado, de eso, ¡ni hablar! Pues como dijo Roberto Bolaño:
El mundo está vivo y nada vivo tiene remedio y ésa es nuestra suerte.

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