lunes, 14 de noviembre de 2016

Consideraciones sobreañadidas al Desvirgado





Todo aquel que no haya leído Agripino-el-desvirgado absténgase de acceder a estas Consideraciones sobreañadidas. Y si los que lo hicieron, advirtieron las intenciones tácitas de su autor, tampoco les será necesario que lean lo que a continuación dice este entrometido comentarista. La presente aclaración sólo va dirigida a quienes no se dieron cuenta del texto implícito del cuento arriba mencionado.

Y vaya también por delante, en aras de la verdad, que los incidentes que allí se relataron no son invención de Blao. La fuente de su plagiadora inspiración fue una nota por él leída en twiter, y firmada por alguien que más o menos así decía:
¿Tuviste sexo conmigo un febrero de 1991? Teníamos 16 años. Yo te dije que era virgen. Era carnaval. Recuerdo que hacía calor, la música era mala. Te invité a pasear, nos sentamos en un banco. Nos besamos. Fue sublime. Quisiera volver a verte....
Y quiere este comentador advenedizo echar en cara a su autor, además de su desvergüenza por haber copiado la idea-madre que dio vida a su cuento, el no haber sabido expresar las razones inconscientes que le movieron a escribir aquel relato.

Si la chica del Pabellón deportivo leyera hoy este tweet de socorro, tras cinco lustros de aquel su primer encuentro, ¿qué sentirá? ¿rechazo, vergüenza, arrepentimiento? ¿Se delataría? ¿Correrá a ver al muchacho de ayer que hoy la reclama con tanta insistencia?

Aquel interés detectivesco y morboso que movió a Agripino a buscar su virginidad perdida, en la misma medida lleva a este aficionado analista a defender, cual caballero andante, la intimidad de Silbina, que así es como se llama la chica, según cuenta, sin reparo ni delicadeza alguna, el tuitero original.

El que escribió el cuento no sabe, no es muy entendido en psicología femenina. La mujer, al leer esta nota se ve sí misma como una cosa perdida en manos de su dueño. Y no quiere Silbina ser jarrón sexista de ningún coleccionista de trofeos amorosos. Y es por eso que el texto de Agripino el desvirgado, que debió ser baluarte contra toda sutileza machista, sólo llega a ser un panfleto contestatario en pro de la igualdad de genero. Y si es que a su autor se le escaparon en aquel cuento expresiones tan duras como ¡hijo de la gran puta, cabrón de mierda! y otras por el estilo, (que no es preciso abundar, dado el puritanismo elocuente del que hace gala dicho autor), sólo son un camuflaje para ocultar su velada homofobia. Dime de qué presumes y te diré de qué adoleces, -dice el refrán.

Se puede buscar una aguja en un pajar; pero nunca a una mujer. Las mujeres, como los hombres, no se pierden contra su voluntad, ni uno se las lleva al huerto. Ambos saben ir por ellos mismos al río, a los Baños de Mula, o a donde se tercie o les venga en gana. Andar tras la mujer puede resultar ofensivo, tanto para la fémina, como peligroso para el posesivo varón que la busca. Y viceversa.

Una mujer, un hombre, no es un móvil que alguien dejó olvidado, y no recuerda donde lo dejó. Y ese mismo alguien vuelve a llamar ahora desde otro teléfono al número de su móvil extraviado para así sentirse congratulado por los amores perdidos, los de antaño, los de hoy, o el que tal vez pueda sumar a su cuenta de conquistas tras esta ultima llamada. ¡El móvil!, una buena metáfora donde cual cada puede meter su objeto más deseado. Y es que el tal zahorí o buscador de sexo, además de poseer teléfono fijo, tiene también varios móviles o smartphones, o como diablos se llamen a esos soportes inteligentes capaces de encontrar a la mismísma invisible Trinidad.

Hay hombres que les gustaría que sus mujeres llevaran, en lugar de un piercing, un chip en una de sus orejas, para así tenerlas localizadas en todo momento. Tanto Agripino, como Luciano, (el personaje real que originó esta historia), o como este mismo comentarista que os habla, todos andamos persiguiendo como locos aquella chica que nos robara la inocencia de nuestros años mozos.

En medio tanto alarde y apología de género, tal vez el autor de Agripino el desvirgado, en el fondo no está limpio de un cierto machismo velado. Y al hilo de esta afirmación a la ligera, recuerda ahora el comentarista aquellas manifestaciones contra la droga de los años de su juventud. En el barrio donde vivía, a las afueras de la gran urbe, la gente estaba harta de las consecuencias letales y nefastas de la droga. Pues bien, (¡qué contrasentido!), este comentarista se sorprendía de ver al frente de aquellas protestas con sus pancartas gritando a los traficantes más señalados de la ciudad.

A este crítico del Desvirgado se le ocurre además aludir a dos de los gentilicios que allí en el cuento aparecieron: Agripino y Cenicienta. Aunque haya quien diga que los nombres carecen de importancia, no es este el caso. Tan sólo su evocación transportan al lector a un mundo de desfachatez o de valores.

El nombre de Agripino no es casual, intencionalmente está dentro de la reivindicación de su autor por la cultura de género. Y tiene que ver con las connotaciones perversas de aquella otra Agripina de Roma. Así como a aquella no le dolieron prendas para manipular y asesinar, al Agripino de ahora tampoco se le ocurre pensar, si con su actitud indagatoria de copulaciones jóvenes pueda tal vez abrir ajenas y viejas heridas.

Tampoco es fortuito el encantador nombre de Cenicienta, nombre que ha sido denostado por lo que de vasallaje y sumisión representa. Como dice Ada Colau: no queremos ser princesas, queremos ser mujeres libres y felices.

Y para no extenderse más, el que escribe estas Consideraciones sobreañadidas al Desvirgado se pregunta, si no hubiera sido mejor otro final tanto para Cenicienta como para Agripino. Un desenlace más amistoso, un abrazo redoblado ante el bendito destino que, a quienes unió en un principio, los mantuviera casados hasta el infinito de su cariñosa vejez. Pero no, el autor dejó bien claro en su cuento que con las mujeres no se juega. Y si es que algún Trump de turno se atreviera a dárselas con ellas de trilero, que se atenga a las consecuencias; puede que se quede sin el pan y sin el perro.

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