sábado, 31 de diciembre de 2016

Cuento para contar un Cantar de cincuenta canciones



Para Trini y Loli, dos buenas amigas y compañeras de trabajo. Allá por una primavera de final de siglo. (16/04/99)


Y cómo vas a recoger el trigo
y alimentar el fuego
si yo me llevo la canción. (León Felipe)

Erase una vez un rey que tenía dos hijas muy bonitas. La una se llamaba Trinidad. Sus ojos eran grandes y puros como el agua del arroyo, su boca grana como el sol del amanecer y su piel blanca, muy blanca como los senos de la luna. La otra, la más pequeña, se llamaba Lola. Su pelo, negro como el azabache, olía a rizos de mar en calma, su andar alegre, amorosa cadencia de los compases del Danubio Azul. Y, sobre todo, sus manos. Con sus manos, Loli era capaz de convertir en plato exquisito el mayor de los desaguisados. Trini, la mayor, bordaba como un primor príncipes a caballo en su bastidor dorado.

Un día su padre, el rey, las mandó venir a su presencia y les dijo:
Mirad, hijas mías, como sabéis, una grave enfermedad aflige mi alma y un mal de muerte consume mi cuerpo, os pido que por la salud de vuestro padre salgáis prestas a recorrer el mundo en busca del remedio que pueda alegrarme el corazón y salvarme la vida.
Las dos hermanas como, además de hermosas, eran hijas sobradamente buenas, se dispusieron enseguida a cumplir el deseo del padre. Dejaron las comodidades de palacio; y anda que te anda, rastrearon e indagaron con arrojo por todos los rincones del reino. Preguntaron a magos y galenos, hombres y mujeres, chamanes y herbolarios, sin que ninguno de ellos pudiera proporcionarles la poción milagrosa. Cuando más cansadas estaban... y perdidas ya casi todas las esperanzas de conseguir el remedio para la enfermedad del rey, he aquí que por sorpresa se encontraron con un anciano que con ternura las saludó diciendo:
¿Dónde vais con los pies tan destrozados, mis queridas muchachas?
La mayor de las hermanas, Trini, con lágrimas en los ojos le respondió afligida:
Nuestro padre el rey está muy enfermo y ya va para más de mil días y mil noches que inútilmente vagamos por estas tierras sin encontrar aquello que pudiera curarle.
El anciano muy interesado en ayudar a las dos hermanas, después de indicarles una fuente de agua donde pudieran refrescar sus pies cansados, les deseó tanto a Trini, la de los ojos dulces, como a Loli, la del perfume a mar, el mejor final para su andariega empresa, al tiempo que les dijo:
He oído decir que más allá de aquellas montañas que vienen del mar se extiende florida una vega. Allí se levanta como un balcón una pequeña aldea desde donde a veces se oyen las más melódicas canciones,“la música que recrea y enamora”, tonadas que jamás se han dejado oír desde que el mundo es mundo y la tierra da vueltas alrededor del sol. Si sois capaces de haceros con su música, tal vez su audición sea para vuestro padre el rey el elixir que pueda devolverle el vigor a su desvalido cuerpo, la alegría a su desconsolado aliento.
La más pequeña de las hermana dijo entonces al anciano:
¿Y cómo podremos, señor, guardar esa melodiosa música de la que nos habláis, si no llevamos cuenco alguno en donde meter esas maravillosas canciones de las que nos habláis?
El anciano como si esperara la pregunta de la muchacha, abrió sus brazos cordialmente y cogiéndoles las manos tanto a Loli como a Trini les dijo con modesta sabiduría:
Lleváis razón, niñas, el aceite se guarda en la alcuza, el grano en el celemín, el vino en los odres, el agua en la orza, pero ¿dónde diantre, se guardará la canción?
El anciano hizo una breve pausa, y en silencio, tan sólo con su mirada les hizo la misma pregunta a las dos hermanas:
¿Dónde, diantre, se guardará la canción?
Luego continuó con el mismo aire de admirable naturalidad:
Lo mismo que no hay trofeo sin prueba, ni consuelo sin desconsuelo, tampoco vosotras encontraréis sin dificultad la pócima que salve a vuestro padre de la muerte. Encantadoras princesas, -les dijo por último el anciano dándoles un beso en la frente a cada una de las dos hermanas como despedida-, llevad mucho cuidado, no os detengáis más de lo necesario en la fuente, solo el tiempo justo para el alivio de vuestros pies exhaustos. Luego ya veréis como os será fácil descubrir el estuche apropiado donde guardar debidamente el delicioso sonido de las canciones que pueda sanar a vuestro padre enfermo.
De nuevo las dos hermanas se pusieron en camino. Y nada más refrescar sus cansados pies en la fuente que les había indicado el anciano, les salió al paso un gigante con una serpiente viva en la mano.
Alto, niñas, habéis traspasado mi propiedad. La tierra que pisáis me pertenece. No os dejaré continuar vuestro camino, si antes no me dejáis ver lo que lleváis en vuestro corazón.
Loli, la de las prestigiosas manos, le dijo a su hermana que empezaba a temer por su vida:
No te preocupes, Trini, nunca un gigante podrá saber lo que se guarda en nuestra alma. Sólo los que aman pueden ver lo que hay dentro del corazón.
El gigante al oír las palabras de la hermana menor empezó a reírse tan estrepitosamente que las montañas que venían del mar se tambalearon por unos segundos como si se tratara de un terremoto.
Ja, ja, ja, entonces, princesitas, ¿para qué, demonios, os creéis que llevo esta serpiente siempre conmigo? Esta delgada culebra puede colarse por vuestras bocas, llegar a vuestro corazón y luego decirme al oído, si vosotras sois acaso las que con tanto celo guardáis las canciones que ando buscando. Así que hasta que no sepa con certeza, si sois vosotras las que me ocultáis el melodioso tesoro tras el cual me afano, seréis mis prisioneras.
Al llegar la noche, cuando las dos princesas rendidas ya por el sueño se quedaron dormidas, el gigante introdujo la culebra por la garganta de las dos muchachas para ver si en realidad eran ellas las que en su alma guardaban aquellas dulces melodías que tan a maltraer lo llevaban. Cuando a la mañana siguiente la serpiente, después de haber rastreado el corazón de las dos hermanas, le dijo al gigante que en el alma de las dos hermanas no se ocultaba nada, que su corazón era como un estuche completamente abierto y callado, malhumorado las dejó continuar su camino.
¡Apartaos de mi vista, mentecatas, y que nunca más mis ojos se detengan ante vuestro menesteroso aspecto!
Nada más dejar el angustiado encierro del gigante, Loli y Trini empezaron a oír del cielo, de las montañas, de los valles, de los ríos, una música tan callada y sonora, tan apacible y templada, tan viva y sentida, que se acordaron de las palabras del anciano: la música que recrea y enamora. Y las dos princesas, locas de contento, abrazándose se dijeron:
¡Por fin hemos encontrado el remedio capaz de alegrar el corazón de nuestro padre y salvar así la vida de nuestro rey!
Llenas de alegría se dirigieron al lugar donde tan agradables melodías manaban como el agua que aclara el alma y cura el cuerpo dolido. Guiadas por su música enseguida llegaron a un gran jardín en cuyo centro había una pequeña casa rodeada de acacias. Extasiadas se quedaron las dos hermanas al ver como en su interior voces infantiles daban vida y sentimiento a cincuenta canciones como nadie lo haya hecho jamás. De no ser por el gigante, las dos hermanas no sabrían nunca donde guardar estas canciones. Así que abrieron su corazón y con su música guardada partieron de inmediato de regreso a palacio. No sin antes, tanto Trinidad como Loli, haberse fijado en el fachada de la casa en un cartel que decía:
Escuela Infantil de los Rosales.
Una vez que llegaron al palacio, el padre ya casi moribundo, conforme oía salir del alma generosa de sus dos buenas hijas las saludables canciones, se restableció milagrosamente al instante. Y todos fueron muy felices.

Nota: Para los curiosos que quieran saber cuales son estas canciones a las que el cuento alude, deberán hacerse con un cancionero llamado A la Pitiflor. En él vienen todas ellas recogidas.

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