domingo, 8 de enero de 2017

Como escribir en el agua



Un poema no debe significar
sino ser
(Archibald MacLeish)


El escritor se queja. La pluma con la que piensa escupe lágrimas de frustración y rabia. Nada de lo que escribe le sacia y calma. Detrás de cada palabra, que con sudor encuentra, siempre le falta un algo al escritor que llora.
¡Oh palabras! ¿por qué, vosotras, rebeldes y mancas, siempre me devolvéis gato por liebre, y desentonadas y mentirosas, nunca cantáis la sinfonía que anhelo y siento, -le dice el escribiente al manuscrito, al ver que su tinta, desobediente y confusa, siempre malogra sus imágenes puras. 
¿Acaso has visto reír alguna vez al fuego, llorar una piedra?  -le dicen ahora, insinuantes las palabras, al escribidor dolido. Las palabras no somos el pan, tampoco el vino, si acaso, la sal. Un pronombre no tiembla. Un adverbio no es una pasión. Las flores no exhalan versos, la jacarandá no rima, tampoco el sujeto concuerda con el verbo en luces y sombras como lo hace el beso con el ocaso esta tarde de invierno.
Al terminar de escribir el texto a nuestro escritor siempre le derrumban sus garabatos, castillo de naipes, escombros de su fracaso, naufragio de barcos, destrucción de la Armada. Y después de oír los comentarios de aquellos que le leyeron, todavía más. 
Es como querer colgar un cuadro, no lo consigues, y encima te aporrean con el marco. Están ciegos, no captaron mi idea
Y si por casualidad alguien le dice al escritor frustrado: te comprendí, amigo, es verdad lo que escribiste, bien sabe el escribidor que a veces la verdad es la mejor mentira, pues ni él mismo supo escribir el olor de las margaritas.

El escritor está muy aturdido. No sabe si son las palabras escritas las que ahora le dicen: realmente no nos buscarías, explorador de la nada, si antes no nos hubieras conocido.

No entiende el escritor de enigmas: dejaros de mojigangas, ilustradas de pacotilla. Mientras en el texto enzarzado estuve, me sentí vivo. Luego al terminar os releo y me digo: mejor mudo que iluso.

Realidad y Deseo no son homologables. La primogenitura no se vende por un plato de lentejas. Las palabras no sois, sólo representáis, nueces sin molla, simplemente cáscaras. Y cuando, eufórico, pago por vosotras esfuerzo y tiempo, mi placer de encontraros enseguida se desvanece.

Corro, me afano por otras que mejor me colmen lo que quiero. Y así siempre, la voracidad insaciable del escritor consumista, mercancía de usar y tirar, y nunca complacido, en busca de palabras que no “son”, sólo significan.

¡Y qué sin sentido: como escribir en el agua!

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