sábado, 18 de marzo de 2017

In vigilando




La fantasía en ocasiones es compañera de la desgracia. Véase sino la borrascosa espantada de don Quijote con los molinos de viento. Embebidos en nuestras ensoñaciones, y del sentido de la realidad alejados, podríamos no controlar situaciones fuera de nuestra predicción y cálculo; y así acabar como una pobre birlocha estampada contra los peñascos de la montaña.

Pero no por ello deberemos poner cortapisas a nuestra imaginación creadora, sino más bien soñar con los ojos abiertos, in vigilando, como la grulla que vela con una piedra en la mano. La piedra, en caso de que el ave se durmiera, caería al suelo, y le recordaría a la grulla de nuevo su oficio de centinela.


El peso de la jornada tocaba a su fin. Algunas madres ya habían venido a recoger a sus hijos. Esperaban en el atrio del colegio a que sonara la música cual broche de oro de un día colmado de felices enseñanzas. En la recta final, cuando la maestra daba ya casi por terminada su tarea, fue cuando, de pronto, el aula entera fue sorprendida por un incidente no programado, ni previsto. Hay profesiones, en las que debido a su riesgo, nunca deberíamos bajar la guardia hasta el último minuto.

La tutora estaba mediando en una disputa que mantenían dos niños por la ocupación violenta del primer puesto en la fila. Todo lo que comporta originalidad, apropiación y conquista malamente puede andar repartido. Los dos niños andaban a la greña, rivalizando por ver cual de ellos se situaba lo más cerca de la puerta de salida.

Ocupada en el difícil oficio de moderadora, la profesora se esforzaba en separar a los niños litigantes, haciendo uso de sus pedagógicos trucos mágicos, desplazando entuertos a planos más elevados, a cuartas dimensiones, para que la pugna y el conflicto se desvanecieran por arte de birlibirloque.

A todo ésto, la abuelita de una linda princesita vino a buscar a su nieta. Los familiares de los alumnos de Educación Infantil tienen por costumbre entrar en el aula libremente para recoger a los niños. Ni siquiera es necesario que los padres pregunten por sus hijos. Los propios compañeros del niño requerido se adelantan a las intenciones del demandante. Mientras unos señalan al niño en cuestión, otros se dirigen al familiar indicándoles donde se encuentra fulanito.

La abuela esta vez sí tuvo que preguntar dónde estaba su adorada nietecita. Nadie de la clase se apresuró en esta ocasión a dar pistas a la abuelita rastreadora. La maestra absorta en sus ardices cabalísticas, y confiada en las eficaces pesquisas de la abuela, se desentendió del asunto. La abuela, al no ver a su nieta por ningún rincón de la clase insiste dirigiéndose a los niños:
¿Pero dónde está mi princesita?
Tres niños como un trío de reyes, sentados a la grupa de sendos corceles sobre las herméticas tapas de una cajonera, exclaman:
¡La tenemos, aquí, encerrada, en este castillo de fantasmas!
El mueble en cuestión es un arcón rectangular que desafortunadamente se asemeja a un sarcófago y que en el aula se utiliza como contenedor de juguetes.

Ágilmente con amagos de campeón de esgrima, la abuela se deshace a empujones de los niños a base de mandobles y catas cual aventajada cinturón negro. Rescata a su nieta del encerradero en el el que sus cancerberos la tienen metida. La abuela deja caer colérica varias veces la gran cubierta de madera. En la clase, el estruendo de los portazos, cual salvas a la reina de Inglaterra en el día de su cumpleaños, inundan de estridente pólvora el ambiente. La maestra, al estampido de los cañonazos, se personifica al instante en el lugar de los hechos.

Lo único que le resta por hacer, pues el desbarajuste ya está del todo consumado, es asumir con dignidad su grado de imputación en la estratagema montada por los niños. Sin decir palabra, ya eran suficientes las voces de la abuela, se limitó a pasar sus manos con ternura y protección sobre la mejilla de la niña, mientras que la abuela no se cansaba de repetir:
¡Pobre hija mía, para haberse asfixiado!
Por su parte, a los tres reyes, secuestradores maléficos de la princesita sepultada, le faltaron pies. En un periquete vinieron a refugiarse en el último confín del ala opuesta del colegio, donde la abuela paladina no pudiera aplicarles su justicia sibilina.


Nota:
Paradojas del destino, la arriba referida anécdota escolar, ocurrió precisamente el mismo día que Esperanza Aguirre, con motivo de su dimisión como Presidenta del PP de Madrid, dijera: Eso me lleva a asumir mi responsabilidad política in eligendo, o sea, por elegir a este señor, e in vigilando, porque yo debería haber vigilado mejor.

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