sábado, 10 de junio de 2017

Piedras rodadas



Fuensanta Muñoz Clares en su blog Jardín de Floridablanca, habla así de su nieta de origen etíope:
Que es negra es una evidencia maravillosa, aunque yo ya no la veo ni negra ni blanca ni de ningún color; simplemente es mi nieta Werkines, especial como todas las criaturas, igual que todas las criaturas.
Estamos tan cómodamente instalados en nuestra fe y tradición que todo aquello que nos viene de fuera nos descoloca, nos pone nerviosos.

Un buen amigo a quien respeto, mirando al crucifijo que presidía la sala, donde Vicente García presentaba aquella tarde Piedras rodadas, su último libro de poesía, se extrañó que aquella imagen cristiana estuviera allí aún clavada en la pared.

Luego otro, tras haber visto a dos muchachos besarse en medio de la calle, comentaba tal conducta inusual.

Y siendo aquella tarde, la palabra poética, daga sin filo, de Vicente García, la protagonista de la tertulia, quise yo tener en consideración y abrazar de buena gana sin otra guerra que / pedir la paz y la palabra, / o recrear la paz en la palabra, / sin otra guerra que el poema.

Pero sin renunciar a lo que en mi mente polvorienta hervía. Con cuidado, sin patrioterismos ni sables, sin cruzadas ni banderas, sin armas, (que las carga el diablo). El arte como el infierno está lleno de buenas intenciones.
¿Por qué nuestro buen Papa Francisco no le regala a Abdelfatah el Sisi un (su) crucifijo? Mejor si se queda también Egipto con nuestro Cristo mítico, y así repartimos culpa, gloria y sufrimiento. Al fin y al cabo, tanto su cruz ansada como nuestro lignum crucis, ambos son símbolos de la inmortalidad. ¿No fuimos nosotros los que le copiamos su Osiris asesinado y resucitado? Asumimos su teología. Plagiamos incluso su teofagia eucarística. Los devotos de Osiris también se comían el cuerpo de su dios en forma de pan y bebían el vino de su sangre.
Habla Vicente Garcia en su Poema infinito (no este o aquel poema, sino todos) que el silencio hablado da su fruto. Mejor debiera callarme a contraluz y en comunión en la esperanza. Dice Paul Eluard, a quien el autor cita al principio de su libro Piedras rodadas: Oídme. / Hablo para los pocos hombres que se callan. / Los mejores. Y confiado en la mudez de mi sordera, cantar quisiera callado con Neruda: Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera.

Y en relación al beso homofóbico de aquel otro contertulio amigo, mejor también guardar silencio, quedarme solamente con el sabor y la belleza del beso, más allá de cualquier circunstancia intoxicada que pudiera inventar esta mala boca mía. Como dijo también el otro aquel argelino de Hipona.: Ama y haz lo que quieras.
Muchacha -¡mi palabra-,
desnuda, como piedra
rodada entre diamantes,
reposando en tu belleza.
 (Eres libro de agua. Vicente García Hernández)

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