miércoles, 23 de agosto de 2017

Te estás haciendo viejo





De nuevo están aquí los amigos. El nogal, honorable anfitrión, desde su posición distinguida, preside la entrada de un trozo de huerta, engolosinada y discreta. El árbol invita a sentaros bajo su sombra. El verde frondoso y fresco de sus hojas apacibles envuelve con su imperceptible brisa vuestra conversación. Los amigos te cuentan, de hablar no paran, te entretienen y te dicen lo que ya sabes, lo que no quieres que te digan, lo que tantas veces te dijeron, os dijisteis, a lo largo de las tres cuartas partes del queso de vuestras vidas.  El mismo chiste, la misma hombrada, el mismo cuento de siempre, la borrachera sonada, el penalty de Panenka, el viaje aquel que juntos hicistéis, cada uno a su aire, perdidos como dos por tres calles.

Sólo cuando los pájaros en el tórrido desplome del mediodía dejan de piar, te das cuenta de su canto. ¡Te encuentras tan cómodo con el silencioso reflejo de tu ser ausente! A estos amigos más los disfrutarías si no los tuvieras delante!

Andas despreocupado. No estás en el mismo bucle. Te sientes aparte, perdido en el presente. Abstraído de tus amigos, del berrear de las cabras del vecino, de los zumbidos del picudo rojo dentro del tambor de la palmera, de los martillazos de la fragua del herrero del cruce. Te alejas de la razón, de cualquier camino que te lleve al remedo de la cordura repetitiva de los amigos. Interesado estás por lo que de suyo, improvisada e instintivamente sale y surge de tu yo más superficial y tonto. Brote sin presión, comezón sin violencia, sin esfuerzo intelectual alguno, como el agua que se desliza lenta por la acequia y que a su paso rezuma olores a madreselva. Lo más primario, y al mismo tiempo, lo más hondo, grato y relajante. Apenas respiras. Ajeno estás a la charla.

Miras de cerca como si miraras de lejos. Te sientes aire, piedra, noguera, azul y verde sombra. Todo menos hombre y contertulio. Y aquí, sí, le das la razón a Ortega con su cita tantas veces amañada: Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo. Y este sentimiento de confundirte con lo que ves en este instante despierta en tí un intenso interés. Tan fuerte, que pasas de tus amigos. Y hasta de tí mismo te olvidas. Y como le sucedió a Mr. Augustus Bedloe del cuento Montañas escabrosas de Allan Poe con la morfina, a tí ocurre con el nogal:
Entre tanto la morfina obró su efecto acostumbrado: el dotar a todo el mundo exterior de intenso interés: En el temblor de una hoja, en el matiz de una brizna de hierba, en la forma de un trébol, en el zumbido de una abeja, en el brillo de una gota de rocío, en el soplo del viento, en los suaves olores que salían del bosque había todo un universo de sugestión, una alegre ...
Tus amigos, además de dicharacheros y joviales, no son del todo iletrados. Uno de ellos habla catalán, es mozo de escuadra retirado. Otro, diseñador de rollos de papel higiénico. El que está a mi lado sabe francés, fue contorsionista del circo Price. Y el de mi izquierda, un empedernido lector del Selecciones Readers Digest. Este último, es el que ahora irónico me reprocha con las mismas palabras de Mariano José de Larra: ¡O felicidad la de haber penetrado la inutilidad del aprender y del saber! Juzgas injuriosa y provocadora su referencia libresca, no por esta frase, que es merecedora de un laureado frontispicio en academias y universidades, sino por su retranca:
Te estás haciendo viejo, amigo. Estás como ausente, callado, endormiscado como un galápago. Cada vez te pareces más al batueco bachiller don Juan Pérez de Munguía. ¿Qué fueron de aquellos nuestros años jóvenes de barricadas y trincheras?
Eludes la trifulca en la que tu amigo quiere envolverte. Te limitas tan sólo, mirando fijo a la campana del  nogal, a decirle:
No hay mayor revolución que la del duro y silencioso invierno. Futura artillería será de un mayo estudiantil de dulces nueces.

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