miércoles, 1 de noviembre de 2017

Oscuridad, y nada más







Profeta, dime, en verdad te lo imploro,
¿hay, dime, hay bálsamo en Galaad?

(El cuervo. A. Poe)


Hace años que dejé este mundo. Una cirrosis acabó con mi vida. Hoy, enésimo aniversario de mi muerte, respetuoso cumplidor de tradiciones y cultos, me dirijo al cementerio de Baltimore donde fui enterrado; levanto la lápida donde con letras de oro está grabado mi nombre: E. A. P. Y para mi sorpresa, la tumba está completamente vacía. Oscuridad, y nada másMiento, vacía del todo, no. Allí estaban aún las tres rosas, el cuervo y mi botella de coñac.

Desconcertado, lo primero que hago es tocarme a mi mismo, explorarme como pudiera hacerlo un disecador de aves, un forense, un poeta iluso que confunde los nombres con las cosas. Cual el Diógenes de la linterna no doy con la persona que busco. Pregunto al sepulturero que no sabe darme explicación de lo ocurrido. No he tenido más remedio que acudir al juzgado de guardia y presentar la denuncia correspondiente. Ahora me toca esperar una eternidad. Los tribunales son lentísimos en nuestro Estado de Maryland. Para cuando resuelvan el caso, seguro que El cuervo y yo habremos perdido la paciencia. Tiempo tendré de morir mil veces.

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